Desde el pequeño balcón de este piso sobre la Plaça Sant Just vi pasar las guiris marcadas a fuego por el sol de mayo y otros turistas (ilustrados) visitando el Palau Moxó, estudiantes en pantalón corto, una camarera argentina del Bliss, el vehículo de los servicios municipales de limpieza (verde lima sobre blanco) y a su operario con tatuajes talegueros (verdeazulados sobre piel morena)... Las palomas se revuelven en casi espirales erráticas sobre el chorro de agua que riega la plaza, la luz rebota en el pavimento brillante y hace ascender un olor a polvo mojado, a colonias de verano en la ciudad, a mercado medieval.

Estiré la mano hasta casi tocar la piedra: contrafuertes del siglo catorce de la iglesia de Sant Just i Pastor.